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Hice bullying  y me lo hicieron

Comprendí que a veces se necesita de uno mismo para salir de un vacío.

Publicado: 2015-12-16

Pablo había cumplido 10 años y cursaba en una escuela del Estado. Cada vez que la profesora estaba escribiendo en la pizarra, él empezaba a jalar los cabellos de sus compañeras. Y no contento con eso, escondía sus lapiceros a las “monces” como él lo decía. Y para creerse el abusador estrella, en momentos menos inesperados le gustaba bajar llantas de las bicicletas de sus amistades. Incluso hubo una fecha había puesto como adorno la bicicleta encima de un árbol de 10 metros. Los padres venían enojados para reclamarle. Él decía “lo siento” pero cuando se iban, las burlas a sus compañeras seguían su curso.

Un día sus padres le cambiaron de escuela porque ya era demasiado los abusos que cometía. Cuando llegó a su nueva institución, no conocía nadie, era nuevo. Una fecha cuando era momento de salir al recreo, momento sagrado para él, sacaron un equipo de futbol.

Y arrancó el partido, muy emocionado él pateó el balón al arco, pero llegó al poste y rebotó a los pies de un muchacho que era conocido como Rusbel. Rusbel continuó la jugada y al patear la pelota llegó al patio de una casa. Como Pablito estaba cerca de él, le dijo “oye vaya a traer la pelota” a lo que respondió “yo no soy tu dueño, ve tu a recogerlo” Rusbel se enojó y sin dudar fue a trompearle. Le había pisado con sus chimpunes el cuello, y le había amenazado que lo iba a matar. En ese momento apareció su hermano y se fue en contra del abusivo.

Fue un momento de tensión. Su cuello quedó marcado. No dijo nada, estaba en silencio. Nunca se enteraron sus padres y tampoco sus profesores.

Ya era fines de año, Pablo vio a varios alumnos que llevaban en sus manos fideos, kilos de azúcar, caramelos. “¿Qué pasó?” se preguntó, y uno de ellos le respondió “acaba de fallecer la madre de Rusbel”. Él entre su mente decía “eso le pasa por pegalón”

Cuando había pasado un día de la muerte de la madre de Rusbel, la mamá de Pablo le dijo a su hijo que vaya a visitarlo. Pablo no quiso ir, pero al final a regañadientes tuvo que ir. Al llegar a su casa le encontró de luto a su compañero: sus ojos estaban rojos e hinchados de tanto llorar. Pabló quedó quebrado con las imágenes. Vino a su mente el altercado que tuvieron en la escuela y recordó de las injusticias que había cometido con sus compañeras.

Quedó destrozado, entendió que a pesar de todo, uno es un humano y se dio cuenta que todos merecen respeto. Sin pensar dos veces, fue y lo abrazó. Comprendió que a veces se necesita de alguien para salir de un vacío.


Sin Tapujos


Escrito por

G. Raúl Acuña Aguilar

Lic. en Ciencias de la Comunicación y socio de la APCER. Sígueme: @graul_ssp, graul_ssp@yahoo.com


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